Males de altura, del blog Desde el Ombligo del Mundo
Si la semana pasada hablábamos de cómo se las gasta Moctezuma. Ahora toca hablar de otro de los asuntos a tener en cuenta cuando andas por Los Andes. Se trata del mal de altura (Mal agudo de Montaña) o también aquí llamado soroche.
Quito se encuentra a 2850 metros de altura sobre el nivel del mar, o como me dijo un día un quiteño a 2850 metros más cerca de las estrellas. El mal de altura empieza a afectar a partir de los 2500 metros, por lo que es posible que alguna persona cuando llegue por estas tierras sienta sus síntomas (Trastornos del sueño –insomnio-, dolor de cabeza, náuseas, agotamiento físico…). En Quito es difícil que sientas todos estos síntomas, aunque sí el del agotamiento físico, especialmente cuando por ejemplo haces ejercicios como subir escaleras. Algún día subí hasta el sexto piso en mi trabajo y cuando llegué tuve que agacharme y empezar a coger aire durante un par de minutos. ¡Qué sofoco!
De todos modos, este trastorno tiene mayor efecto cuando se trata de escalar alguno de estos maravillosos volcanes que delinean el cinturón de fuego que atraviesa Ecuador. Una vez que junto a unos amigos, dormimos a 4800 metros para intentar llegar a la cima del Cotopaxi (5897m) comprobamos que es imposible dormir a estas alturas a no ser que vayas aclimatándote poco a poco. También lo sufrimos en el volcán guagua Pichincha, en el cual subes desde los 3300 metros hasta los 4800 en un solo día. Y es que la gravedad del trastorno está en relación directa con la velocidad de ascenso y la altitud alcanzada. Y si subes demasiado rápido o a demasiada altura en un día empiezas a sentir un dolor de cabeza insoportable. Ahí es cuando te dicen: ¿Estás bien?... ¿Te dio el soroche?
Nunca sabíamos realmente que era el mal de altura. ¿Falta de aire?, ¿falta de oxígeno?… Así que decidí investigar un poco y me parecieron muy interesantes las razones de este mal. Como decía un profesor que tuve, copiar de uno efectivamente es copiar, copiar de varios es investigar. Así que fruto de mi investigación expongo lo más interesante encontrado.
En cuanto a la suposición de que a cuanta más altura hay menos oxígeno, tenemos que desmentir el mito. A mayor altura no significa que tengamos menos oxígeno. La concentración de oxígeno es la misma en la cima del Everest que a nivel del mar, siempre es la misma (21% aprox.) independientemente de la altitud alcanzada. Pero lo que sí cambia es la presión atmosférica. Porque mientras más se asciende, hay menos atmósfera encima y por lo tanto menor fuerza que empuje el oxígeno hacia los pulmones. De hecho, cada 500 metros de ascenso hay 31 milibares menos (los milibares son la unidad de medición de la presión y a nivel del mar hay 760 milibares). Por tanto lo correcto, es decir que la atmósfera limita la entrada de O2: a menor atmósfera sobre nuestras cabezas (es decir, a mayor altura), menor es la presión que empuja el aire hacia nuestras vías respiratorias. Entonces, si no hay Oxígeno, no hay con qué provocar la combustión de los alimentos en nuestro organismo. Y si no hay combustión, no hay energía, pues es la combustión de los alimentos la que nos proporciona la energía para funcionar, por lo que nuestra capacidad física se va deteriorando. Se ha determinado que decae entre un 2 y un 5% cada 300 metros. Entonces se produce la hipoxia, un trastorno en el cual el cuerpo por completo o una región del cuerpo se ve privado del suministro adecuado de oxígeno.
Sin embargo, nuestro cuerpo humano, inteligente donde los haya, actúa para contrarrestar estos efectos…¿y qué hace? Cuando al cuerpo le llega menos oxígeno, ocurre que nuestros receptores internos captan esta carencia y generan una respuesta inmediata a través del sistema nervioso autónomo: se acelera el ritmo respiratorio (hiperventilación) y el ritmo cardiaco, en el intento desesperado de mantener la llegada de O2. Es por eso, que cuando llego al sexto piso tengo que agacharme para respirar lo que pueda y mi corazón parece salirse del pecho. De todos modos, se podría pensar que con acelerar el ritmo respiratorio podríamos paliar la menor llegada de Oxígeno…pero lo cierto es que con esto, el problema no acaba. Porque la hiperventilación no es gratuita.: al hiperventilar, si bien es cierto cumplimos el objetivo de ganar más oxígeno a través de una mayor cantidad de inhalaciones, también es verdad que exhalamos más. Y con ello, perdemos más anhídrido carbónico. De hecho, se pierde más CO2 de lo que ganamos en oxígeno.
Joder, vaya cadena de despropósitos ¿Y qué problema implica el botar CO2 en exceso? Aquí la cosa se pone complicada y cito literalmente:
Como señala el doctor Claus Behn, profesor de Fisiología de la facultad de Medicina de la Universidad de Chile, "como el CO2 es un ácido, cuando se bota mucho y baja su presencia en la sangre, ésta se vuelve más alcalina. Se eleva el PH o equilibrio ácido-base y los fluidos corporales se vuelven alcalinos. Es decir, con una sobreconcentración de bicarbonato (que es la base, mientras que el CO2 es el ácido)". El punto es que cuando se altera el PH, ya sea que se acidifique (es decir, que disminuya), o que se alcalinice (que aumente) como ocurre en la altitud, se producen los trastornos del sistema nervioso que conocemos como "Soroche’’ o “Mal de Altura". El sistema nervioso necesita un PH invariable. Y si hay alteraciones, como sucede en la altura, se producen mareos, vértigo, problemas de visión, dolor de cabeza e, incluso, pérdida de conciencia. Además, mientras la altura provoca una desestabilización del PH, otro fenómeno igualmente perjudicial acontece en la sangre: sigue llegando menos oxígeno al torrente y, por lo tanto, a todos los tejidos, que se quedan sin combustible para poder actuar. En casos extremos, esto puede llevar a un edema pulmonar, o a un edema cerebral agudo.
¡¡Dios mío!! ¿Cómo es posible? Parece que todo está perdido…pero si algo nos enseñó la serie “Érase una vez la vida” es que el cuerpo humano no se da tan fácil por vencido. ¿Es inevitable este colapso orgánico?
El cuerpo es una máquina muy sabia y siempre tiene a mano algún mecanismo de compensación. Y cuando sobreviene el “mal de altura’’, a miles de metros sobre el nivel del mar, se echa a andar la más importante y eficaz fórmula compensatoria: ocurre que los glóbulos rojos, componente fundamental del torrente sanguíneo, poseen una molécula llamada hemoglobina, que es la que transporta el O2 a todo el cuerpo. Entonces, ante el menor ingreso de O2 al organismo que acontece en la altitud,el organismo percibe esta ausencia de O2 como una falta de eritrocitos o glóbulos rojos (transportadores de O2). Y comienza a secretar eritropoyetina (la hormona EPO).
¿Por qué? Porque la EPO estimula a la médula ósea para que produzca más eritrocitos. De manera de, ya que está llegando menos O2 desde el exterior, el organismo disponga de más transportadores de éste, para así poder paliar la disminución. La EPO la conocen bien los ciclistas. Es por eso que el ciclista Tony Rominguer iba siempre a entrenarse antes del Tour de Francia a lugares de mucha altura para provocar de manera natural este efecto.
A mi este descubrimiento de cómo afecta la altura a nuestro organismo me pareció muy interesante. Es por ello que lo comparto. Y algo más curioso todavía, cuando intentamos ascender el volcán Cotopaxi (5987m) observamos que el estado de forma o la preparación física, por excelentes que éstos sean, no previenen el mal de altura en absoluto. Las chicas, sin desmerecer en absoluto, llegaban a la cima en muchas ocasiones mientras que “tiarrones” curtidos de gimnasio y carreras se quedaban en el camino. Lo único cierto, es que se sabe que la susceptibilidad al mal de altura es inversamente proporcional a la edad del sujeto, probablemente debido a la madurez del sistema nervioso, -así que esperaré a ser un poquito más viejo para llegar a la cima del Cotopaxi-. Ah, también es muy importante mantenerse perfectamente hidratado (beber al menos 4 o 5 L de líquidos diarios) y una dieta variada rica en hidratos de carbono. Y por último respetar estas reglas: “Asciende alto, pero duerme bajo” “bebe antes de tener sed, come antes de tener hambre, abrígate antes de tener frío y descansa antes del agotamiento”
Bueno, el que haya conseguido terminar este post probablemente tenga alguno de los síntomas del mal de altura: dolor de cabeza, agotamiento, trastornos del sueño… Tienen toda la razón, vayan a hidratarse y tómense una copilla a mi salud. Se lo agradezco.
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