jueves, 8 de noviembre de 2007

Camino a la selva amazónica

Jueves noche. Lo que habíamos planeado como una cena para las dos coordinadoras de voluntarios de las Naciones Unidas se había convertido en una fiesta para quince personas. Hicimos trabajar a nuestra licuadora, y los jugos se mezclaban con el ron latino de un modo sabroso, sabrosón. Salimos a la mariscal, la zona de fiesta más conocida de Quito. Desgraciadamente, alrededor de las 4 de la mañana, siento dejar el grupo y me voy para el piso. Al día siguiente tenemos excursión. Al llegar a la puerta del edificio me encuentro a los distintos guardias de nuestro edificio juntos en la puerta conversando. Me invitan a charlar con ellos. A pesar de que en menos de tres horas debía levantarme podía considerarse un desprecio no aceptar al menos cinco minutos la invitación. Llevan una conversación alegre y muy abierta lo que me anima a participar activamente. Pronto me ofrecen probar su pócima mágica para aguantar esas noches en vela. Me enseñan con orgullo las botellas que ya se han bebido. Lo que me ofrecen es probar un poco de la quinta botella de chupito que llevan. Nuestra conversación da para un próximo post. Cuando me quiero dar cuenta e irme son más de las cinco. Mierda, voy a dormir una misera hora.

La experiencia es un grado, y los scouts me han enseñado a hacer una mochila utilizando el mínimo número de neuronas a disposición en el momento. Así que a las siete de la mañana, intento reflexionar sobre lo que debería llevar para pasar 3 días en la selva. Joder, en la selva, mierda… ¿Pantalones largos o cortos?¿Camiseta corta o larga? ¿Botas?, ¿chanclas?, ¿sandalias?... En fin, lo que me habían recomendado de llevar una mochila pequeña, acaba convirtiéndose en la mochila grande y con todo lo que había dudado. “El hombre está condenado a la libertad de elegir” dijo Sastre. -¿Por qué no tomarnos la libertad de elegir todas las opciones?- pensé con mi empanada mañanera.

Con Paula y Jose, salimos a la estación. Allí hemos quedado con otras cinco personas, conocidas de Paula, que nos acompañaran en el viaje. Habíamos quedado a las ocho para salir en el primer autobus. Sin embargo, todas las demás personas llegaron tarde. Joder, el último ecuatoriano llegó a las 9:30 y llega con una pachorra… Y yo con mi horita de sueño y mi cara escéptica de empanado. Será cabrón… Qué paciencia, madre. Salimos a las 10:30 en autobús. El viaje duraba aproximadamente cinco horas hacia el oriente. Son conocidas las travesías autobuseras en Ecuador. Primero, por la belleza de sus paisajes. Y segundo, por la valentía y velocidad de los autobuseros conduciendo a toda leche por carreteras de mala muerte. Miré en el mapa. Y como me aparecían poquísimas carreteras, ya que íbamos por una marcada, supuse que no estaría del todo mal. Ay la leche, cuando veo que durante más de una hora, la carretera se convierte en un jodido camino de tierra. Al acercarnos a Tena, la ciudad de destino. Empezamos a vislumbrar los valles con vegetación tropical y selvática y empezamos a emocionarnos. Al llegar a Tena paseamos hasta llegar el hostal. Lo que más me gusta es contemplar de algún modo el tipo de ciudad que me había hecho a la idea de un país latino. Todo el mundo en la calle. La música del merengue y el requetón allá por donde fueras, mucha gente cocinando en el exterior, las puertas de las casas abiertas de par, de modo que podías ver la actividad de la gente de la casa. Y eso con suerte de que la casa tenía paredes. Ya que debido al calor y a los pocos recursos, vimos casas cuyos primero pisos no tenían paredes, a excepción del dormitorio. La cocina, el salón…se veía desde el exterior. Así, con ese calor húmedo tan intenso, podía correr el aire. Lo cierto es que antes incluso de bajarnos del autobús, no podíamos parar de sudar debido a la humedad. Incluso recién duchados, a la media hora, ya te empezabas a notar empapado por los sobaquillos.

El hostal en el que pasaríamos la primera noche estaba bastante bien. Tenía una vista espectacular y unas hamacas de película. La verdad, que lo de las hamacas allí es genial. En muchos sitios las tenían. Y es que con ese calor y el meneíto, uno se puede echar allí una siesta de pánico. Por la noche, salimos a cenar y a dar una vuelta. Cenamos un pescado llamado Tilavia, que se derretía en la boca. Buff, en esos sitios alejados de la riqueza y el turismo masivo las comidas son baratas y sabrosísimas. Después votamos a donde ir para tomar algo antes de acostarnos y coger fuerzas para la visita selvática. Salieron dos peticiones. Un sitio que tuviera música bailable y futbolín. Como podéis observar, yo estaba en mi salsa. Al final, no lo encontramos. Ya que lo único que veíamos era sala de billares y karaokes. No lo podía creer, pero el karaoke allí pega bastante fuerte y es surrealista. Entras en bares lúgubres y te encuentras a un par de tíos solitarios bebiendo chupitos melancólicamente en mesas separadas. Y de pie, otro fulano, no sé si borracho o no, pero cantando desvergonzadamente canciones merengonas pero con unas letras tristes para cortarse las venas. Como podéis suponer, la afinación era inexistente pero nadie parecía apreciarlo o más bien, la rutina y la costumbre hacían de ello algo soportable. Por descarte, entramos en una sala de billar. Si el esteriotipo no me falla, tal y como uno puede imaginar, la sala estaba lleno de tipos con cara de duros, música de requetón, una par de tipos dormidos apoyados en la barra del bar… La verdad que imponía. Y más, cuando éramos los únicos extranjeros en medio kilómetro a la redonda. Entré el primero e intenté poner esa cara de vaquero solitario, que empuja las puertas correderas del aquel bar de mala muerte.- Ey chicos, adelante, no tengan miedo -. En fin, qué cara de gilipollas debería tener.

Al día siguiente, marchamos con nuestras mochilas hacia la selva. El todoterreno nos dejó a la entrada de un puente que había realizado la cooperación española. Era como la entrada a la selva. Cruzaba el río Napo. En ese momento recordaba los fragmentos que recoge Eduardo Galeano en “Las venas abierta de América Latina” de Cristóbal Colón o Américo Vespucio a su llegada a ciertos lugares: “[…]Los árboles son de tanta belleza y tanta blandura que nos sentíamos estar en el paraíso terrenal[…]”. También recordaba la maravillosa dedicatoria que me escribió el negro cuando me regalo dicho libro: “Para que te ayude a comprender tu nueva experiencia. Porque aún no te has ido y ya estoy deseando recibir tu primer correo. Porque haces que tus experiencias de la vida sean también un poco mías. Nos vemos en Quito….”. Es curioso como la distancia geográfica que me separa de mis raíces afecta proporcionalmente a los sentimientos con que leo las palabras que me escriben las personas que más quiero. A pesar de que apenas he podido contestar a los e-mails recibidos, cada vez que me llega un e-mail de un amigo o familiar, se me encoge el corazón de manera especial y me anima enormemente a seguir mi día a día… ¿Por donde andaba? Ah sí, cruzando el puente de entrada al paraíso terrenal ;). A veinte minutos recorriendo senderos por la densa vegetación, llegamos a las cabañas donde dormiríamos aquella noche. La verdad que últimamente he oído hablar bastante del ecoturismo, y viendo aquellas cabañas más me convencía de la gran opción que es. Una vez, ubicado marchamos a hacer nuestra primera marcha de tres horas por la selva. Equipados con unas botas de goma (es lo que se utiliza para andar por la selva), la cámara de fotos y el repelente de mosquitos marchamos. Nuestro guía nos iba explicando las plantas, frutos y diferentes insectos que encontrábamos. Es impresionante escuchar todo lo que se puede conseguir de la selva. Frutos, que por dentro tienen como semillas que aplastándolas se utilizan como pintura corporal. Plantas con toda clase de propiedades medicinales. Lo cierto es que vimos por allí hasta una planta de Marihuana (aunque era plantada por ellos). Hormigueros, los cuales, si los golpeabas un poco te salían las hormigas guerreras, que medían casi como dos uñas seguidas (las hormigas limón). Termiteros enormes alrededor de un árbol. El guía les cortó parte de su casa y a la hora ya lo habían reconstruido. Mil y una enseñanzas que surgían de aquella densa maleza llena de secretos.

Por la tarde, merendamos con una familia indígena. Estuvimos en su casa y comimos pescado y yuca. El contacto fue bastante frío y nos sentíamos totalmente turistas que pagaban por ver una familia. Al menos al final, conseguí mientras volvíamos hacia las cabañas hacerme amigo de los niños y conversar y jugar un rato con ellos. Para finalizar el día y después de toda la sudada que provocaba ese calor húmedo nos bañamos en el río. El sitio era increíble. Casi en el punto de cruce de dos grandes ríos, con el atardecer en nuestro horizonte y la vegetación selvática hicieron del baño algo sobrecogedor. Y lo mejor de todo, absolutamente natural. Unos niños indígenas llegaron poco después de nosotros y se bañaron cerca de nosotros. Las corrientes eran rápidas aunque no peligrosas lo que le daba al baño aún mayor emoción.

Poco después cenamos y nos fuimos a dormir. De algún modo, al estar en la selva, mi subconsciente llevaba consigo muchas medidas de precaución y miedos aprendidos en películas o en advertencias dadas antaño. Así que al llegar a mi habitación revisé todo hasta él último milímetro. Me encontré una mariposa con alas de casi 10 cm, ¡qué susto me dio la jodida!. Una vez expulsada, me metí en la cama y tenía que colocar la mosquitera de tal modo que en ningún punto de la cama pudiera quedar ningún hueco. Después de bastante esfuerzo, me tumbo en la cama y de repente veo salir de la pared de mi habitación y salir por la puerta un escarabajo enorme. Joder, joder, joder… Lo que faltaba. Vuelvo a revisar la mosquitera por si acaso y me acuesto. De repente me doy cuenta que hay tormenta y empieza a haber muchos relámpagos. Mierda, no he corrido las cortinas. Buff, desplazó un trozo de mosquitera y salgo. Como no había luz eléctrica y había apagado la vela empecé a palpar en la oscuridad. Es decir, lo peor que puedes hacer si estás neurótico ante cualquier movimiento u objeto sospechoso. Y de repente, después de mucho palpar, me di cuenta que mi habitación era una que no tenía cortinas. En fin, ya no había tiempo de lamentarse. Me metí en la cama y la tormenta se hace más fuerte, de modo que cada vez que caía un relámpago se iluminaba mi habitación y vislumbraba la silueta de la naturaleza en el exterior. Si hay momentos en la vida para empezar a rezar, ese era uno de ellos. A esto le podíamos añadir, la tan espiritual y sonora música de la selva. Lo cierto es que de algún modo, era bonito mantenerse en silencio y escuchar los sonidos pero no me podía imaginar el volumen sonoro de dicha sintonía. Es increíble la intensidad sonora que provocan todos los integrantes de la selva por la noche. Gracias al cansancio acumulado, al poco tiempo caí rendido y no me desperté hasta que me llamaron a la puerta.

El domingo, hicimos una ruta por la selva pero esta vez ascendiendo el curso de un arroyo, el cual tenía bastantes cascadas en el camino, las cuales debíamos escalar. Fue muy atractivo y los paisajes excelentes. Para finalizar nos bañamos en una poza, la cual en la parte de arriba tenía una especie de jacuzzies naturales.

El viaje y la experiencia habían merecido mucho la pena y nos marchamos al atardecer en un autobús. Pensé que el viaje sería tranquilo como en la ida, con la mala suerte de que me tocó el asiento número dos. ¿Qué significaba eso?

Los autobuses tienes los sitios reservados para aquellos que compran los billetes con anticipación pero si alguien quiere coger el bus por el camino, puede subirse aunque debe estar de pie. Con lo cual mucha gente va de pie en el autobús. Aunque el trayecto dure cinco horas. Y además en la parte delantera, hay como una especia de colchoneta donde pueden sentarse los más posibles. Mi asiento tocaba justo pegando a dicha colchoneta. La gente que entraba y sentaba allí olía fatal, escupía en el suelo, total… una delicia. Me creí afortunado, ya que a la hora se bajaron todos los de la colchoneta e incluso pude subir los pies y estirarlos. Mucho creí, cuando al poco rato llega una hornada de chavales vete a saber de donde venían, húmedos y oliendo a…en fin. Una de las personas que estaba de pie, tenía prácticamente el culo apoyado en mi cara y la colchoneta que estaba delante de mi se encontraba petada. De tal modo, que la gente tenía apoyados sus brazos en mis rodillas. Joder, el punto fatídico fue cuando me aparté un segundo para dejar un libro, y otra de las personas de la colchoneta se había estirado y tenía todo el brazo apoyado en mi apoyabrazos. Revisemos la situación, tenía en mi rodilla un brazo apoyado, mi apoyabrazos ocupado, un culo en mi cara y un olor lamentable. Díos mío, Dios mío porqué me has abandonado. Pensé que no era momento de abandonar mi ateo-agnosticismo tan fácilmente y decidí combatir el momento. Mi cuerpo está aquí, pero mi mente debe estar en otro lado. Difícil, cuando al lado de tu cerebro tiene un culo amenazando tu distancia de seguridad.

En fin, poco a poco se fue desalojando el autobús y la situación volvió a cauces más tranquilos. Pudiendo reflexionar y recordar la maravillosa naturaleza conocida.

2 comentarios:

Carlos Armesto Alvarez dijo...

Una vez más...QUE ENVIDIA!!!Cuantas ganas he tenido yo de vivir una experiencia como esa. Un viaje a la selva, lejos de la civilización...
Y gracias, por contarlo, compartirlo, los detalles, las fotos. Y espero que a tu regreso nos cuentes todo lo que se puede aprender de un viaje así.
Mucho ánimo Monde. Estamos a la espera de proximas aventuras, y viajes de nuestra pañoleta, y de nuestro embajador internacional.
Un fuerte abrazo.
Carlos

Anónimo dijo...

Es increíble cómo haces que nos trasportemos a ese lugar sin estar allí. Yo primero leo, y luego veo las fotos. Mientras leo es como que estuviera ahí, a tu lado, riendome contigo y el escarabajo, bañándome, sudando, caminando, aprendiendo...
De estos viajes son de los que se aprende en la vida, así que aprovecha que en España todo sigue igual.
Por cierto, cuando vuelvas que nos vas a contar??? Ah vale, que nos darás los regalos...Si encuentras flautas (ya sabes que yo sigo con mi colección de flautas del mundo), me traes alguna please...
Que ya te llevo yo una botella de txakoli!
Un besazo enorme, pequeño!