Ecuador, a pesar de ser un país pequeño mantiene a través de sus distintas geografías y sus diferentes culturas, tradiciones ancestrales que se mantienen alejadas del ruido, entroncadas con la mama tierra. Aparentemente escondidas y perdidas, sólo hace falta tener el espíritu abierto para quizá, por fortuna, encontrarlas y vivirlas.
Hace unos meses, en la selva amazónica, tuve la oportunidad, en la mejor de las compañías, de experimentar alguna y gracias a ella, adentrarme en un viaje interior que saltaba las fronteras físicas que me rodeaban. Esta semana, gracias a una pareja italiana que adora la medicina amazónica, tuve la fortuna de vivir una ceremonia tracional conocida como temazcal. El temazcal, es un baño indígena con vapor de agua de hierbas aromáticas, originado en las culturas de México y Centroamérica. Su nombre proviene de la lengua náhuatl y significa "casa de vapor" (Temaz - vapor, calli - casa )
"A las ocho de la tarde, llegamos a una casa a las afueras de Quito. Recorrimos unos pasillos hasta llegar al patio interior, donde se encontraba un bonito jardín, en el que charlaban amigablemente varias personas. En el medio, se encontraba una pequeña caseta circular en forma de cúpula, tapada con pieles. Mantenía los ojos abiertos, observando cada movimiento, cada persona que allí se encontraba, como cuando un niño descubre un lugar nuevo y misterioso. Dado que íbamos a experimentar algo parecido a un baño turco, nos cambiamos de ropa. A pesar de la hora, no hacía excesivo frío. Los chicos, nos quedamos en bermudas y las chicas llevaban una especie de camisón. Al lado de la caseta, había una hoguera grande y en su interior se distinguían grandes piedras porosas, las cuales, más tarde adquirirían su sentido. Las chicas primero, y los hombres después, caminaban en fila india alrededor de la caseta, hasta que la primera mujer llegaba a la puerta. La puerta era pequeña, de unos 70 centímetros de altura. En la entrada, una persona sostenía en sus manos una pequeña vasija con dos o tres piedras muy calientes, con agua y plantas, las cuales desprendían un vapor aromático. La gente al entrar, hacía un gesto como si cogieran dichos aromas y se los repartieran por la cabeza y el cuerpo. Se agachaban y de rodillas entraban en el temazcal. Yo, sin que nadie allí explicase nada, intentaba imitar lo que veía. Entré el penúltimo (ya se sabe, por si las moscas). Al parecer, la entrada era pequeña para obligar a entrar de rodillas y muy agachado, de manera que el corazón entrase lo más pegado a la tierra. Al entrar, todas las personas decían una palabra extraña. Algo así como “neta kiasi”, que debía querer decir “todos somos familia”. Cuando entré, todo estaba oscuro, casi claustrofóbico, apenas tenía sitio para sentarme. Podía distinguir un espacio vacío en el centro, y alrededor de ello, dos filas de personas sentadas haciendo dos círculos concéntricos. Todas las chicas estaban en una mitad, y todos los chicos en la otra mitad. El jefe o guía, que estaba ubicado más en el medio dio una pequeña bienvenida al temazcal y pidió las “abuelitas”. Las abuelitas, eran las piedras porosas que había visto afuera en el interior del fuego. Una persona que estaba en el exterior, empezó a introducir una por una, dichas piedras candentes, sobre las cuales, debido a su porosidad, se podía contemplar el candor rojizo de su interior. A medida que iban entrando las piedras, el guía iba dando gracias a las fuerzas de la naturaleza y nos hablaba de lo que íbamos a realizar. Una vez introducidas las piedras, su ayudante tiraba sobre ellas plantas medicinales que producían un olor agradable. El guía nos hablaba sobra las primeras curas ancestrales, las cuales se basaban en la aromaterapia, y era, en alguna medida, lo que allí íbamos a vivir. Después de las piedras, introdujeron una caldera con agua, un tambor y un sonajero. Por último, cerraron la entrada con las pieles. La oscuridad era completa y sólo se distinguía el candor de las piedras en el medio del círculo que formábamos. A pesar de que me mantenía respetuoso e interesado, se me venía a la cabeza estas sectas que se meten un lugar, se inmolan y ese tipo de cosas. Afortunadamente, estaba sentado al lado de la puerta por si alguno se le iba la pinza…
El guía empezó a lanzar agua sobre las piedras calientes. En breve, un vapor intenso nos inundó, a medida que el calor se incrementaba. El guía pidió que todo el mundo se presentara. De uno en uno fueron haciéndolo dando gracias a la mama tierra, al gran espíritu, a la naturaleza. Yo, flipaba un poco con la situación, pero el calor que sentía casi no me dejaba concentrarme en la conexión de las palabras que recitaban. Cuando llegó mi turno, no sabía que decir. Después de todos los discursos tan metafísicos que había escuchado, decir “mi nombre es Borja” me hacía sentir ridículo. Así que acompañé mis palabras, con un -“quiero darles las gracias a ustedes por invitarme a compartir este momento que nos une entre nosotros y con la naturaleza…"- La verdad que el vocabulario allí utilizaban se escapaba a mi conocimiento y decir cualquier otra cosa más allá, me hubiera hecho sentir extraño.
La temperatura era considerable y debido al agua permanente que el guía echaba en las piedras y al correspondiente vapor, cerraba los ojos y apoyaba la cabeza en mis rodillas, sintiendo como el sudor se resbalaba por todo mi cuerpo y las gotas se desprendían de mi nariz. El guía y sus ayudantes, empezaron a cantar canciones que todos coreaban. Intentaba concentrarme en las letras pero era casi imposible, ya que sólo podía pensar en soportar el intenso vapor que me sofocaba. Al parecer, todas las canciones tienen un sentido, y se van cantando por rondas. No estoy seguro si la primera ronda estaba dedicada a la tierra. Después de varias canciones, al guía se le acabó el agua e hizo una pausa, en la cual la puerta se abría unos minutos y todos descansábamos gracias al aire fresco que entraba. En esta primera ronda, una niña que estaba acompañada por su madre había estado llorando durante bastante tiempo y decidió abandonar el temazcal. Menos mal, porque sus lamentos daban al ambiente un toque apocalíptico no apto para claustrofóbicos.
En la segunda ronda, las canciones estaban dedicadas al agua. Dado que algunas canciones se repetían, intentaba acompañar algún estribillo. Algo había que hacer para soportar aquel calor. Entre canción y canción, algunas personas expresaban algunas oraciones. En ocasiones, ese ambiente espiritual que cada cual buscaba, se transformaba en algunos momentos en un ambiente religioso, podría incluso decir animista. En el cual, algunas personas pedían al gran espíritu, a la mama tierra y a los elementos por sus seres queridos y por la cura de posibles enfermedades. Al acabarse el agua, volvieron a abrir la puerta y descansamos un rato. Debido a las posturas derivadas del hecho de estar sentado en un sitio tan pequeño me dejaba la espalda algo dolorida.
En la tercera ronda, el calor se intensificó, ya que el guía echaba agua con más frecuencia. Al comenzar, éste preguntó quien quería cantar. Llevaba pensando un buen rato, que ese lugar era idóneo para cantar el “anikuni” de los scouts así que levanté la voz después de tres personas pidiendo… “la vez”, por decirlo de algún modo. El guía, solicitó un orden y me eligió el primero para cantar. No podía ver nada. Me dispuse de rodillas y el tambor comenzó a sonar. Todas las canciones se acompañaban con una especie de yembé y conun sonajero. Antes de cantar, me apetecía explicarles de donde venía la canción y su significado. Empecé a comentarles que dicha canción, la cantábamos en mi grupo scout cuando nos reuníamos… cuando de repente, varias persona me gritaron: “¡¡CANTA!!”. –“Joder, qué impertinencia”-. Total, que finalicé con un: -“Bueno, esto es un canto en honor al fuego”-. Así me dispuse arrodillado con los ojos cerrados. Al estar más elevado, el calor se intensificaba en mi cara. Al comenzar a cantar, de repente la gente me empezó a acompañar: -“La leche, que se la saben...”-. Hasta casi la mitad, a partir de la cual, ya no conocían las estrofas. Acabé de cantar. La verdad, que con ese tremendo calor y el silencio, aún más exagerado cuando es debido a la escucha de una multitud de personas, hicieron la experiencia bastante sensorial. Cuando acabé de cantar, hubo unos diez segundos de silencio.-”Qué raro”-, pensé. Y es que cuando uno acaba de hablar o de cantar, tiene que finalizar con un sonido como de aceptación: -“aaaja”- Así que, pasado ese tiempo, la gente empezó a soltar dicho sonido. Siguieron los cantos de las siguientes personas. Al finalizar todos, una persona empezó su oración y me dio las gracias por el anikuni y por explicar el significado (lo cual no debía ser común, ya que los nuevos no pueden apenas hablar a no ser que se les de la palabra, así aunque metí un poco la pata parece ser que les gustó el atrevimiento). El guía me incitó a explicar la historia completa de la canción.
Acabó la tercera ronda y empezó la cuarta y última. Bastante rápida pero con mayor temperatura, totalmente empapado sufría el calor escuchando las palabras del guía. Al empezar cada ronda, se introducían de fuera 10 abuelitas (las piedras porosas candentes) para mantener el calor y echar de nuevo sobre ellas las plantas medicinales y el agua.
Al acabar, la gente iba saliendo. Salí el penúltimo. Todo el mundo, estaba tirado en el césped relajado, dejándose llevar por la brisa nocturna. La compañera italiana me llamó. Me pidió disculpas por haberme callado cuando empecé a explicar lo que iba a cantar. Y me dijo que el comienzo del “anikuni” que nosotros cantamos en los “fuegos de campamento” de los grupos scout, lo cantaban sólo los niños cuando estaban en un temazcal. Por ello la gente se conocía el principio. Curioso…
Cerré los ojos y descansé del calor vivido. Relajado. Sin haber sentido nada trascendental, pero contento de haber vivido aquella ceremonia tradicional indígena tan antigua y que ellos con tanto respeto mantenían."