jueves, 27 de diciembre de 2007

¿Me da la navidad?

- ¡¡Mierda!! , ya son las 16:50 y he quedado a las 17:00. Chicos, lo siento pero me tengo que ir, he quedado con el grupo scout con el que colaboré hace dos semanas-, comenté a mis colegas españoles.
- ¿Qué vas a hacer hoy? - me preguntaron.
- Vamos a repartir leche y bocadillos con el clan (chicos de 17 a 20 años) a las familias indigentes que duerme en las calles en este tiempo – murmuré con la boca pequeña.

Hace dos semanas me invitaron y durante ese tiempo estuve pensando si debía o no ir a esta actividad que me había planteado el grupo scout ecuatoriano. Este tipo de caridad por navidad cada vez me crea más repulsión. Sin embargo, era una actividad que realmente nunca había realizado y quería conocer un poco las condiciones de las personas que en teoría íbamos a ayudar. Y claro, por qué no, tenía interés en ver cómo reaccionaban los chavales cuando daban la leche y los bocatas a los indigentes y viceversa.

Durante la tarde nos separamos. Unos se dedicaron a hacer los sándwiches y otros la leche con chocolate. Nos dejaron el pequeño restaurante de la familia de uno de los chavales y al viaje estilo de desayuno de campamento, con grandes perolas y mucho cachondeo, empezamos a calentar la leche. El chocolate en polvo lo removíamos primero con un poquito de leche con licuadoras y lo echábamos en las perola (qué profesionales…). Después echábamos las ramas de canela y esperábamos a que hirviera para que según decían, la leche cogiera el sabor de la canela. Como no, no podía faltar la salsa y mientras se iba calentando la leche nos echamos unos bailes ricos y sabrosotes.

Sobre las 21:00 todo estaba más o menos listo y empezamos a llevar el chocolate y los bocatas a una de las calles más frecuentadas de Quito y donde se suponía se encontraban muchas familias que dormían en la calle. De repente me di cuenta que había llegado mucha más gente para acompañarnos en la entrega. Primos, padres y amigos se habían acercado a acompañarnos y éramos más de 30 personas. Con todos los coches y camionetas formábamos una espectacular comitiva que empezaba a recorrer las calles de Quito. La temperatura era bastante baja para lo que se acostumbra aquí, tendríamos como unos 8 ó 9 grados. Mientras nos acercamos a nuestra calle converso con el coordinador del grupo scout y hablamos sobre la finalidad de esta actividad. Los dos no confiamos en absoluto en lo que estamos haciendo. Yo le explico que no creo que sea la manera de enfocar la solución de la pobreza y la manera de educar a los chavales. Ya que la caridad sólo puede ser bien entendida si va acompañada dentro de otros elementos. Y recuerdo vivamente las palabras que leí de Muhammad Yunus y le resumo las claves que él explica en su libro “vers un monde sans pauvretè”:

“Cualquiera que viaje en coche por las calles de Dhaka está sometido sin descanso al acoso de los mendigos.

Frente a tanta miseria surge espontáneo dar limosna. Cuando se acerca un leproso, con los miembros que no son más que muñones, la primera reacción es meter la mano al bolsillo y sacar una oferta que para nosotros es ínfima, sin importancia, pero para el que la recibe puede constituir un patrimonio. ¿Es útil esto? En la mayoría de los casos, en mi opinión, no solamente no es útil, sino que es realmente dañino.

Da solamente, al donante, la impresión de hacer hecho algo, Es un gesto para callar la conciencia, pero no resuelve verdaderamente el problema y al contrario, nos libera de enfrentarlo en la sustancia. Dando limosna nos quitamos la preocupación. Pero, ¿por cuánto tiempo?

La dádiva de dinero no constituye una solución, ni a corto ni a largo plazo. El mendigo pasará a otro carro, luego a otro más, confiando para sobrevivir en un mecanismo de salida. Para enfrentar honradamente el problema deberíamos comprometernos a encaminar un proceso: si el donante abriera la puerta del carro y preguntara al mendigo cuál es su problema, cómo se llama, cuántos años tiene, qué sabe hacer, si necesita asistencia médica y así por el estilo, esa sería una manera de ayudar de veras.

Pero entregar una moneda significa implícitamente invitar al mendigo a desaparecer, es una forma de librarse cómodamente del problema.

No afirmo que se deba ignorar el deber moral de ayudar, o el instinto de socorrer a los necesitados, digo tan sólo que la ayuda debe tomar una forma diferente.

Desde el punto de vista del destinatario, la caridad puede tener efectos devastadores. Quien recoge dinero mendigando no está motivado a mejorar; el enfermo no querrá hacerse curar, temiendo perder su fuente de ganancia. Existen, incluso, rackets de mendigos que cogen a los recién nacidos y los encierran en ciertas vasijas, para hacerlos crecer deformes y usarlos para la mendicidad.

En todo caso, mendigar priva al hombre de su dignidad. Quitándole el incentivo de proveerse de lo necesario con el trabajo, lo hace pasivo e inclinado a una mendicidad parasitaria: ¿Para qué fatigarse, cuando basta tender la mano para ganarse la vida?
Cuando veo a un niño que pide limosna, debo hacer un esfuerzo de voluntad para resistir el impulso de dar. Y yo también, a veces, regalo un poco de dinero: en caso de enfermedad, de una madre con un niño en riesgo de morir, o en otras situaciones de extrema necesidad; pero, en lo posible, intento controlar este impulso.

El mecanismo que actúa en el nivel individual es el mismo que interviene, a una escala mayor, en el campo de las ayudas internacionales. La dependencia del socorro internacional favorece a aquellos gobiernos que demuestran mayor capacidad para atraer a su país ingentes contribuciones.

Quien defiende la necesidad de contar con sus propias fuerzas adoptando una política de austeridad y trabajo, es burlado. Pero, aceptar ayudas alimenticias significa por ejemplo, perpetuar la carencia de este tipo de bienes: los importadores y exportadores de cereales, los transportistas, los funcionarios encargados de la búsqueda y distribución de las provisiones, todos ellos tendrán algo que perder en la eventualidad de la autosuficiencia alimenticia.

En vez de dedicarse a buscar soluciones locales, se crean así las condiciones para la instauración de una economía distorsionada y un clima político que favorece a los gobiernos hábiles en complacer a los donantes y a los empresarios, con la correspondiente proliferación de postulantes y funcionarios corruptos”

El coordinador del grupo entiende y apoya esta perspectiva pero dado que para él es su primer año coordinando el grupo y esta actividad tenía ya mucha tradición, prefiere esperar al próximo año para modificar cualquier cosa. Llegamos a la calle en cuestión. En un principio no parece que vaya a haber muchos niños o familias. Sin embargo, los indigentes se conocen donde están unos y otros y en cuanto ven a lo que venimos se avisan de manera que rápidamente teníamos unas veinte personas rodeando las furgonetas esperando a recibir lo que traíamos. La metodología fue la siguiente: Cuando llegaban les hacían formar en una fila y les daban un vaso de chocolate caliente con un bocadillo. En un principio todo el mundo se agolpaba por todo. Por un lado, todas las personas que veníamos querían ser ellos los que daban los vasos y bocadillos y por otro lado las personas indigentes buscaban recoger la leche y el bocadillo lo antes posible. Sin embargo, en cuanto les pedían que hicieran una fila todas las personas los hacían. Era preciso que hicieran la fila y esperar unos 10 minutos ya que debíamos asegurarnos que todo el mundo se comía la ración ya que en algunos casos los padres se guardaban la comida y luego se repartía de manera desigual. Como había tantas manos, me dedico a observar a la gente. Veo como la mayoría de los indigentes son de origen indígena. Son muy agradecidos. Incluso cuando, quizá por equivocación se les va dar otra ración contestan negativamente, ya que han recibido la suya. Sin embargo, las primeros malos augurios se cumplen y veo como los chicos de 20 años se ríen y se empiezan a hacer fotos con lo niños y las personas minusválidas haciendo la señal de victoria. Nadie quiere quedarse sin foto o sin la instantánea de ver cómo aquel niño descalzo y harapiento come con pasión su bocadillo. Me siento asqueroso y siento el sentimiento de estar contribuyendo a continuar con esta mierda de sociedad y de navidad en la cual aliviamos nuestras conciencias con aquello que nos sobra y que nos es de la más mínima importancia. Se me repiten las palabras de Yunus continuamente en la cabeza: “Frente a tanta miseria surge espontáneo dar limosna […] Da solamente, al donante, la impresión de hacer hecho algo, Es un gesto para callar la conciencia”. Me siento horrible. Me acerco a preguntar a los niños de la última fila, donde se encuentran sus padres. Los mismos niños de 8 y 9 años son los que se encargan de sus hermanos de 1 o 2 años, y atados hábilmente con un pañuelo grande los llevan amarrados a sus espaldas. Hace frío y admiro su valor. Sobrevivir y conseguir los medios para alimentarse son el objetivo para el día de mañana.

Vuelvo a la parte de atrás de la camioneta. Voy con los rovers, de pie, sintiendo el viento, las luces, el ruido, el tráfico...Siento la soledad rodeada de bullicio. Siento la excitación de la gente y de toda la comitiva. Las conversaciones de las gente denotan diversión y alegría pero a mi nada me parece divertido. Siento que no soy nadie para juzgar la alegría de estas personas, y no se si cabrearme, irme, seguir… En la siguiente parada, me decido a empezar yo también a repartir la leche y los bocadillos. Los niños me miran a la cara y me replican: -Señor, que Dios te lo pague-. Yo sólo puedo acariciarles el pelo y contestarles que nadie tiene que pagarme nada. Por cada agradecimiento que me hacen, siento como si recibiese una pequeña puñalada. El silencio es el único escudo e intento repartir las cosas sin implicarme demasiado con la gente. Sólo puedo mirar compasivamente y soy incapaz de mantener la mirada a las personas que me observan fijamente. Pienso en la dignidad y me cuestiono sus principios y fronteras.

Volvemos a montar en la camioneta. Esta vez la conversación de los rovers cambia y se vuelve más seria. Empiezan a hablar de lo que tienen y cómo lo valoran. Recuerdan que cuando eran más pequeños querían tenerlo todo y que ahora se daban más cuenta de las cosas importantes. De algún modo, los chicos al ver a esa gente viviendo en la calle se conciencian de la suerte que tienen. Me alegra oírles. Comienzo a ver cosas positivas en la actividad. Para mi también la situación está siendo muy especial. Estamos recorriendo toda la ciudad y viendo donde y cómo vive toda la gente que se encuentra en la calle.

Bajamos de nuevo en las siguientes paradas. Pregunto a las familias indígenas el porqué duermen en la calle. Muchas no son de aquí. Son de poblados indígenas que han venido a pasar las navidades a Quito, para pedir… Para ello sacrifican su hogar y duermen en una especie de basurero. Mientras reparto los bocadillos, algunas de las niñas me pregunta: - Señor, ¿y no me da usted la navidad? - Recuerdo de nuevo las palabras de Yunus. Es casi la una de la noche y ya no tenemos más sitio a donde ir. Estoy muy cansado y me quiero y no me quiero ir a casa. Me exijo a mi mismo no sentir que mi conciencia está tranquila. Pienso que lo que hemos hecho es casi una obligación. Nuestro deber. - ¿Me das la navidad?- Esa pregunta es recurrente en mi cabeza. No puedo más. Nos llevan a casa y me voy quedando dormido en la camioneta. En casa nos espera mucha gente que están celebrando las vacaciones. Me ofrecerán una copa. Se que aceptaré. Y elegiré olvidarlo todo esta noche. Me pregunto ahora ¿cuál es el camino de la coherencia?

13 comentarios:

iker dijo...

joer borja...

casi no parpadeo...
me encanta leerte, escribes todo con una claridad increible, pero a la vez q esta todo tan claro, no hay nada claro, hay dudas en mi mente tambien...hoy me voy a la cama de manera distinta...

sigue escribiendo, porque creo q no soy el unico al q le gusta leerte antes de dormir...

1 abrazo!y q pases unos Felices dias!

iker dijo...

por cierto!esa chaqueta tambien la tengo yo!la de cuadritos grises!!!jejeje

viva poppy factory!!!jajaja

Anónimo dijo...

¡Ay la coherencia! Esa que reventamos a cada paso que damos...

Carlos Armesto Alvarez dijo...

Joder Negro, no te hacen falta muchas palabras para dar sentencia.
La verdad que el tema es complicado, ya que nos habla de lo incoherente de la sociedad, teniendo que vivir y jugar unas cartas de desigualdad, algo ajeno a lo humano. Y mientras acallar los sentimientos de humanidad que nos surgen espontaneamente. Ya no se tratan de los hechos en si mismos, si no de las convicciones que tengamos frente a ellos.
Vemos que no coinciden, y eso nos choca y nos duele.
Alimentamos más aún este juego que nos marca la sociedad, estas diferencias y ese modo de vida que no es realmente el que queremos.
Un abrazo a todos y Feliz año proximos!!!!
Carlos

Borja Santos Porras dijo...

Feliz año a todos chicos y gracias por visitar este pequeño cajón de historias y reflexiones.
Un abrazo enorme,
Borja

No.me.pises.que.llevo.chanclas. dijo...

Feliz año nuevo Borja!!!
te deseo lo mejor para este 2008!
un abrazo
nuria.

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Borja: he soñado contigo, aunque no recuerdo qué. En cualquier caso, el sueño transcurría en Valladolid: ya habías vuelto.
Besos,
Diego

Pablo A. Fernández Magdaleno dijo...

Felicidades, Borja, de mi parte y de parte de mi hermano Diego, que lleva toda la tarde sin poder entrar a Internet. Pasátelo muy bien. Te lo mereces. Un fuerte abrazo

Borja Santos Porras dijo...

Muchísimas gracias a los Fernández Magdaleno.

Anónimo dijo...

Te leo siempre que puedo,y siempre que lo hago no me arrepiento de haber entrado.

Suerte!

Anónimo dijo...

el anónimo soy yo:P

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Borja: ¡escribe!
Es una orden.
Besos,
Diego

Anónimo dijo...

Si en 24 horas no escribes un nuevo post (o como se llame), tu familia sufrirá las represalias. Sé donde viven. No es broma. Ni volcanes ni ostias. Estamos hartos de sumarte visitas y quedarnos con las ganas de leer.
Anónimo negro...